El Rescate

Joreg el mago había pasado toda su vida deambulando por el mundo, conviviendo con las distintas razas que poblaban el continente conocido. Había sido testigo del racismo que asolaba las tierras pobladas por razas no humanas. Elfos y Enanos llevaban eones combatiendo en una lucha eterna sin un posible ganador, donde ambas razas se comportaban con el oponente con una brutalidad que superaba lo inhumano. El mago era consciente de que no había ningún inocente en esa batalla, como posiblemente tampoco hubiera ningún culpable directo.

Por fortuna, los humanos estaban por encima del bien y del mal. Hacía siglos que habían superado su animadversión por el resto de las razas, aunque aún no habían conseguido ser considerados por todas ellas como amigos y aliados. Los Elfos, por ejemplo, habían firmado diversos tratados y pactos de no agresión con los distintos pueblos humanos. Los Enanos, en cambio, mostraban hacia todas las demás razas un odio movido por la fe que les hacía reacios a tales alianzas, a la vez que terriblemente peligrosos. Al menos, con los años se había desarrollado con ellos un acuerdo tácito para proporcionarse mutuamente una muerte rápida y limpia, sin ensañarse con el dolor ajeno. A cambio, los humanos no se inmiscuían en los problemas raciales del resto de los pueblos.

Joreg, sin embargo, no podía soportar escenas como la que estaba presenciando: dos soldados Elfos torturaban sin piedad a un cautivo Enano, que se encontraba ya cercano al desfallecimiento y, muy posiblemente, en situación de muerte inminente. Por desgracia, no había nada que el mago pudiera hacer por salvar la vida del Enano sin incurrir en traición hacia el pueblo Elfo y caer en desagracia entre sus propios hermanos humanos. ¿O sí lo había?

Sin pensar, Joreg comenzó a musitar las palabras necesarias para invocar un hechizo de ilusión, haciendo creer a los soldados Elfos que el Enano había perecido antes de lo que esperaban, y terminando así con su diversión. Disgustados, los dos Elfos se alejaron del lugar maldiciendo su mala suerte por haber encontrado al Enano más débil de toda la historia, con el único objetivo de recoger las ramas y palos necesarios para inmolar al prisionero. Joreg debía reaccionar rápidamente, ya que el hechizo duraría pocos minutos, pero también porque si quemaban al Enano vivo se sentiría culpable durante el resto de su vida. Con el instinto y la soltura que proporcionan decenas de años de práctica, el mago comenzó a musitar un hechizo de elevación, a la vez que gesticulaba con sus manos simulando impulsar el cuerpo ingrávido del Enano. De repente, el aparente cadáver se elevó y comenzó a moverse en dirección al bosque, donde Joreg lo liberaría.

Después de unos minutos de tensión en los que el mago estuvo expuesto a la vuelta de los soldados Elfos, depositó al enano al otro lado de la colina, con los efectos del hechizo de ilusión ya superados. Joreg sacó de su hatillo un frasco revitalizante y se lo dio a beber al Enano, quien en pocos minutos recuperó el vigor y la fuerza característica de su raza. Una vez salvado, quería que tuviera una oportunidad de volver sano y salvo a su pueblo, por lo que le proporcionó víveres y una espada. Satisfecho de su obra, el mago le deseó suerte, y prosiguió su camino dejando atrás al inexpresivo Enano, pensando en la nula gratitud que éste le había mostrado. Tampoco importaba demasiado; seguramente el Enano le mataría si se volvían a ver.

De repente, notó un dolor agudo en el cuello y vio el suelo acercarse rapidez. La última imagen de su vida fue la de un cuerpo sin cabeza que se desplomaba a un metro de sus ojos, y un Enano que escupía sobre él. No era un cuerpo cualquiera: era su propio cuerpo.

 


Francisco Manuel Carrero García

Fotografía de Krisztina Tordai licenciada bajo CC-by-nc-sa

P.D: Como veis, este relato no es mío, es de Frankie, y aunque es el primer “cross-posting” que hacemos, lo más seguro es que no sea el último, de hecho andamos trabajando en un post conjunto más en la línea del blog de Frankie y que verá la luz en su blog en pocos días 🙂