Lo mío es mío y lo tuyo también

El otro día hacia un comentario en Twitter un tanto mosca por un curso para profesores que nos estaban dando en la Universidad. En este curso, que no estuvo mal en temas de contenido, hubo una cosa que me llamó mucho la atención. El profesor se había montado un PowerPoint con una canción de John Lennon que sonaba al principio, después unos cuantos chistes gráficos sacados de internet, imágenes extraídas de otras web, etc. En total, solo un 10% de ese PowerPoint estaba originalmente creado por él mismo, así que podríamos calificar su presentación de un Remix de muchos elementos para darles un sentido distinto.
Hasta ahí bien, pero cuando alguien le preguntó si nos podría pasar la presentación para tenerla de guía y recordar los contenidos impartidos, la respuesta fue una salida por la tangente: “No, es que este PowerPoint es mío, pero tengo escrito un libro…”. Vamos, que lo suyo es suyo, y no lo va a dar, pero lo de los demás también es suyo porque se puede montar un remix con el material de los demás sin pagar los correspondientes derechos ni pedir permiso ni tener ni el más mínimo cargo de conciencia.

Y este no es el único caso, y solo quería ejemplificar con un ejemplo real y cercano, una de las realidades de este país, donde “lo mío es mío, pero lo tuyo también es mío”. Y esto mismo se aplica a las quejas de la industria cultural de estos días.

Conozco unos cuantos productores de música dentro del “bando de la SGAE” que no hacen más que quejarse de las descargas ilegales y de cómo las descargas perjudican su negocio. Sin embargo, todo el software que se encuentra en sus estudios de grabación, que ni es poco, ni mucho menos barato, es software pirata que se han bajado del eMule o similares. En cuanto al tema del cine, pasa tres cuartas partes de lo mismo, ya que muchos estudios no tienen licencias para todo el software que utilizan, y mucho menos si analizamos la cantidad de ordenadores en las que tienen instalado el software y las restricciones de cada licencia que se aplica a un puesto de ordenador. Si un disco vale 20 € y la industria de la música pone el grito en el cielo porque nos lo bajamos de forma gratuita para nuestra escucha personal, ¿cuál tendría que ser la reacción de la industria del software a que una empresa que necesita un determinado software que vale miles de euros se lo baje y lo utilice de forma gratuita? Cambian varias cosas, y a peor, ya que el software es muchísimo más caro que un disco y, además, no es para uso personal o de evaluación, si no que el software se ha convertido para muchos de estos negocios en una pieza clave que les permite desarrollar su trabajo en condiciones.

Peor aún es el caso de muchos artistas españoles que recaudan grandes cantidades de dinero gracias tanto al mercado español (donde por mucho que digan sigue moviéndose mucho dinero en las industrias culturales), e incluso gracias a las entidades de gestión tipo SGAE, pero tienen su residencia en países donde tributan muchísimo menos que en España (y el dinero no viene a parar a las arcas españolas), o incluso eluden sus responsabilidades económicas con respecto a la Sociedad española.

Hay otro aspecto mucho más etéreo pero para mi incluso más importante, en lo que la industria cultural no ve que está, cuando menos, “tomando prestadas” muchas aportaciones de los demás, es el tema de las influencias y guiños a la realidad en sus obras. La propia Sinde comentaba hace tiempo en una entrevista que muchos de sus diálogos se inspiraban en conversaciones reales que escuchaba mientras tomaba un café o paseaba. Lo mismo pasa con las historias que aparecen en las películas, que no dejan de ser continuos “remakes” de otras historias reales o ficticias. Si un autor crea una canción basándose en una historia que ha escuchado o las vivencias de otra persona, ¿por qué el autor no cree que deba reportarle algún beneficio a quien inspiró su obra? Es un tema súmamente complicado y delicado, y uno de los pilares del Conocimiento Libre, ya que desde la perspectiva de que nada que podamos crear o inventar será nunca algo realmente nuevo, si no una mezcla y recombinación de elementos ya existentes, no podemos decir que ningún conocimiento sea realmente nuestro.

Y es que resulta muy fácil ver la paja en ojo ajena, y llorar pidiendo solo lo de uno, pero sin pensar lo que uno está dejando de aportar al resto de la Sociedad. También me queda claro que debemos proteger a los autores de contenidos culturales como una forma de preservar la cultura, pero legislando de acuerdo a la Constitución, aprovechando el poder judicial, y sin criminalizar a los usuarios, ya que no somos ladrones, ni mucho menos piratas, símplemente ahora tenemos una mayor capacidad de decisión sobre qué contenidos culturales nos merece la pena comprar y cuales símplemente queremos “usar y tirar”, y por ello nos descargamos. La industria cultural debe modernizar sus modelos de negocio, y explotar la tecnología a su favor, algo que ha sabido hacer muy bien la industria del videojuego.

P.D: Durante la escritura de este post, ningún artista ha sufrido daños ni ha dejado de ingresar dinero por mi culpa ya que he escuchado canciones por Spotify. Otra cosa es que sus intermediarios no les hayan repercutido su porcentaje correspondiente y, gracias a ellos, si que estén dejando de ingresar el dinero que les corresponde.