El placer de cocinar a fuego lento #startups
Me gusta cocinar. Me gusta mucho. Es una de las actividades que cojo con más ganas, me relaja y me satisface. Muy seguramente porque también me gusta comer, disfruto la comida y sobre todo disfruto de nuevos sabores, tratando de innovar en la combinación de sabores, olores, texturas.
Evidentemente cocinar responde a una necesidad, la de comer, pero también es una actividad plancentera en muchos otros sentidos. Permite afrontar nuevos retos, como la creación de recetas originales, la búsqueda de nuevos sabores y combinaciones, y también es una actividad de auto-realización, de tratar de llevar a la práctica algo que has imaginado, una actividad extremadamente creativa si te lo propones y que también requiere de una buena planificación, si quieres hacerlo bien.
Dependiendo del momento y del tiempo disponible, te puedes proponer hacer platos más rápidos (cuando no hay tiempo y lo que se busca es un resultado directo, tener algo “decente” para comer en un rato), o cocinar de forma más lenta y elaborada, cuando lo que se buscan son otras cosas, como esa búsqueda de nuevos sabores, o símplemente disfrutar del proceso.
Por eso muchos platos me gusta cocinarlos a fuego lento. En particular me encanta preparar el tradicional cocido madrileño y otros platos de legumbres a fuego muy lento. El cocido es un plato que me resulta particularmente relajante y del que disfruto casi siempre que lo preparo. Entre otras cosas porque es un plato que requiere una muy buena planificación para hacerlo bien. Has de comprar muy buena materia prima para que salga bien, y comenzar su elaboración 24 horas antes, poniendo los garbanzos en remojo.
Cuando te pones delante del fuego, es un plato que tiene varias fases. Primero pones el morcillo, tocino, jamón, hueso y alguna otra carne si quieres variar la receta. Se sazona y se deja que comience a hervir. Se retira la espuma según va apareciendo, y pasado un buen rato se añaden los garbanzos. Yo lo dejo a fuego muy lento, que apenas salgan unas burbujitas de agua que demuestren que algo de calor hay en la olla. Al rato añado el repollo en la misma olla, y dejo que se cueza durante 2/3 horas, sin tapa, y controlando la cantidad de caldo que va quedando. Cuando apenas queda una hora, añado los chorizos y la morcilla. Y al rato las patatas y las zanahorias.
Cada cierto tiempo voy comprobando la cantidad de sal, el sabor que va quedando en el caldo, lo cual me deja margen de maniobra, para ajustar el nivel de sal, o incluso añadir algo más de verduras o de cualquier otra cosa que pueda mejorar el sabor del cocido.
Evidentemente, esta receta que a mi me suele llevar unas 6 horas desde que enciendo el fuego, se puede hacer en mucho menos tiempo, utilizando una olla express. Metes todos los ingredientes y dejas que se cueza a toda velocidad. Pero no me gusta, porque pierdes mucho el control de la cocción, tienes menos margen de maniobra para ajustar el nivel de sal, el nivel de cocción de las carnes, garbanzos y demás ingredientes…
Y es que la cocina tiene mucho que ver con las start-ups o proyectos de cualquier tipo. Todo requiere una buena planificación y las mejores materias primas (alimentos en el caso de la cocina, y trabajadores y tecnologías en el caso de las start-ups). Y también en las start-ups se puede “cocinar a fuego lento” o acelerar los procesos metiendo todo en una “olla express” para conseguir los resultados más rápidamente.
Cada forma de hacer las cosas responde a una necesidad y a un momento. El problema, para mi, reside en cuando acabamos todos cocinando con olla express incluso sin tener muy claro el proceso. Cuando has hecho un cocido mil veces, tienes pillados los puntos de carnes, jamón, sal, garbanzos y tiempos, y te puedes arriesgar con más probabilidades de éxito a acelerar la elaboración de esta receta.
Pero hay que entender que cada start-up es un plato distinto, y por lo tanto, salvo que se tenga muchísima experiencia en la creación de proyectos de este tipo, es difícil conocer a priori como “se van a mezclar los sabores de los distintos ingredientes y los tiempos de cocción necesarios”. Creo que en los últimos años hemos pecado de querer acelerar muchísimo la creación y desarrollo de las empresas, todos hemos acabado poniendo los ingredientes en la olla express y hecho que la receta se creara tan rápidamente que no nos ha dejado tiempo ni a disfrutar del proceso, ni a controlar adecuadamente la evolución del mismo y con ello, se obtienen resultados que no siempre son los que esperábamos.
Además, las fases de una empresa varían muchísimo. Hay etapas donde hay que cocinar a fuego lento para comprender profundamente todo lo que está pasando, y otras fases en las que la situación de la empresa y el equipo de la misma si que permiten un tiempo de aceleración. Pero para ello tiene que haber ya una base con fundamento, un buen sabor que demuestre que la materia prima es la adecuada y la receta que se persigue es la necesaria. Si lo cocinas a fuego lento, tienes la capacidad de quitar y añadir nuevos ingredientes, de corregir el punto de sal, o incluso de pegar un giro considerable a la receta. Pero si vas acelerado, muy seguramente te pasarás de frenada o te quedarás muy corto cuando quieras reaccionar.
Por otro lado, cocinar a fuego muy rápido fomenta el que se pierda la perspectiva. La misión, visión y cultura de la empresa son pilares fundamentales para el desarrollo de cualquier negocio. Pero son pilares que no se construyen fácilmente. Si estás focalizado únicamente en el resultado final, el plato que estás elaborando, es muy fácil que pierdas el norte y crees una empresa “sin alma”. Un plato que se puede comer, evidentemente, pero que no es algo que cuando lo paladeas sientes su grandiosidad, no es algo destinado a romper moldes, a comerse el mundo.
Vale que vivimos en un mundo que se mueve a velocidad de vértigo, y donde si no eres rápido te puedes perder muchas oportunidades. Pero todas las cosas buenas en la vida requieren su tiempo de maduración, requieren unas fases de crecimiento adecuadas a cada situación, y también requieren tener un alma propia, unos valores que sobrevivan al proyecto en si mismo y que muchas veces se conviertan en la seña de identidad de la empresa. Que permitan pivotar manteniendo lo más importante y a los mejores ingredientes dentro de la siguiente receta. Y que permita disfrutar del camino, aprender de los errores (y no solamente darte cuenta de que “la has cagado” un tiempo después), corregir los errores durante el camino y crear algo que perdure en el tiempo.
Corramos cuando hay que correr, sentémonos a reflexionar cuando sea lo adecuado, disfrutemos del camino y, sobre todo, tomemos nuestras propias decisiones y enfoques, sin sentirnos obligados por un ecosistema que nos fuerza a crecer sin mesura. No entremos tan de lleno en el juego de la especulación si no queremos entrar en él, y sobre todo disfrutemos con lo que estamos creando. Si no es así, mejor dediquémonos a otra cosa, que la vida es corta y está para disfrutarla, no para quemarla.