Adicto

-¡Necesito mi puta dosis, joder!

Así de explícito había sido ante la negativa de Drake, mi camello, a pasarme mi dosis diaria. Drake no era mal chaval, pero la escasez de esta mierda que nos tenía enganchados a tantos, le llevaba a tener que racionar y subir los precios. Por suerte, Drake me debía un par de favores, así que le pude convencer para que me pasara una dosis a un precio medianamente razonable.

Y aquí estoy ahora. A punto de apagar mi mono, de cubrir esta artificial necesidad que gobierna mi vida. Primero toca acabar de preparar la dosis. Coloco el liquido en un plato y lo meto al microhondas unos segundos. Me quedo ensimismado mirando al plato dar vueltas, esperando escuchar esa dulce campanilla que me indica que puedo pasar a la siguiente fase de la preparación. Cuando saco el plato del microhondas, el liquido se ha convertido en una fina capa que lo cubre por completo. Con una tarjeta, voy raspillando la superficie del plato, obteniendo un polvo oscuro. Mientras, mi corazón se acelera, y mi mente se pierde en los recuerdos de las últimas veces que esnifé este dulce polvo que me conduce a la perdición. Añado un polvo blanco, un protector estomacal que uso para cortar, a partes iguales, y lo mezclo todo muy bien. Me encanta cortar esta mierda para poderme poner tiros más largos, y saborear durante más tiempo el paso de este tan necesitado polvo por mi nariz, introduciéndose en mi cuerpo, haciéndome gozar, y perder las nociones del tiempo y el espacio. Preparo una raya fina pero muy larga, y corto el extremo de una pajita, para usarla en lugar de los turulos de papel, que me resultan asquerosos.

Aspiro con fuerza, mientras muevo la cabeza para atrapar todas las partículas de esa fina línea de vicio que conduce mi vida. Noto como el polvo impacta sobre mis mucosas y, al instante, mi corazón se acelera, pero mi mente y mi cuerpo se relajan, entrando en un estado de plena satisfacción. Los problemas ya no existen, tampoco las responsabilidades, ni siquiera las necesidades, ya que acabo de cubrir la principal de mi vida. Ahora solo estoy yo, saboreando el regusto entre dulce y amargo que la sangre humana deja al caer desde las mucosas a mi garganta. Sangre. Sangre esnifada. Tal y como nos gusta a los vampiros de hoy en día.


José Carlos Cortizo Pérez

Fotografía de Kevin Labianco licenciada bajo CC-by-nc-nd